domingo, 19 de julio de 2015

POEMA: Eduardo Martínez Zendejas. (México)

En la lóbrega quietud de un monasterio, allá, en un corredor en la penumbra,
se proyecta una sombra que doliente clama con un amor, que nadie escucha.
Un Cristo mal clavado a un crucifijo con rostro de dolor por los pecados,
es el actor que mudo en esta escena, yace en la lista de los Cristos olvidados.

Cantan los monjes sus cantares neutros, mas no son cantos al señor de la tristeza,
al olvidado en esa lóbrega caverna, corredor triste tan lleno de asperezas,
al que cobija tan solo la tiniebla y hace de su dolor, cruel experiencia,
y aún espera algún monje perdido que una alabanza hasta su planta ofrezca.

Lánguidas voces, coros mañaneros, y de sus celdas van saliendo lento
en largas filas y siempre en el silencio, seminaristas que van rumbo hacia el templo,
sacro recinto cargado de aromas, inciensos, ceras, flores de la loma;
y en el altar descendiendo lento, un Cristo blanco, de mirar sediento.

El ve con llanto a esos penitentes que acuden mustios a su santa casa,
ahí le ofrecen cánticos celestes y disciplinas en la piel marcadas,
mas solo falta que queden a solas para de nuevo volver a ser tocados,
por el oscuro tentador de almas, Luzbel, estrella de los malos tratos.

Y el Cristo triste del templo los mira tal como lo hace el de la penumbra,
los ve pasar con su mirada triste, cuando entre rezos su camino cursan;
al Cristo oscuro, ya ni lo saludan, marchan distraídos cantando sus salmos,
han olvidado que ese Cristo sufre cuando ve en ellos el cruel desacato.

Será mañana cuando en penitencia ponga el de nuevo firme su mandato,
para que el hombre de pecar aprenda a hacerse ciego, a los malos tratos,
¡Oh triste pecador irreverente! Hombre que a diario fallas el mandato,
observa atento la mirada triste de aquel que al mundo su cuerpo ha ofrendado,
y aún va clavado a esa cruz cansada,
toda marcada por los sufrimientos,
por las desdichas, por nuestros excesos,
y por los pecados, al dorso cargados.

Eduardo Martínez Zendejas

¡Qué bien lo describes Eduardo! No hay nada más lúgubre que los monasterios. Y he visto varios. Gracias por compartir. Elsa

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