sábado, 5 de septiembre de 2015

5 DE SETIEMBRE. MUERTE DE LA MADRE TERESA DE CALCUTA. (Bosquín Ortega)

                                                 TRAZO  DIVINO


                                                                              “Ama, luego actúa”.

                                                                                        San Agustín

   Su verdadero nombre fue Agner Gonxha Bojaxhiu, nativa de la antigua república yugoslava de Macedonia, hoy Albania. Decidió tomar el nombre de Teresa en memoria de la santa de Liseaux, patrona de los misioneros y Doctora de la Iglesia. Para el mundo fue Teresa de Calcuta, mientras que para sus pobres, que la reconocieron en su dimensión esencial, fue La Madre. Sin adjetivos, y con tácita gratitud. Esta amorosa economía expresiva del pueblo hindú se correspondía con la prédica histórica y la práctica salvífica de Teresa, y que ella misma definía como “amor en acción”.
   Su proporción existencial era su ecuación de caridad; a menor palabra, máximo gesto. En su cosmovisión redentora la palabra era un instrumento de vínculo, pero el silencio era el lenguaje omnipresente de la Creación. Dios habla, actuando en silencio. A medida que se adentraba en su crepúsculo biológico, regresaba con el silencio del origen. Se angelizaba, mientras curaba; se consumía, mientras rezaba.
   Para Teresa y su obra de activa mística el Creador era Verbo en acción y sustantivo en movimiento. El Amor, la acción en potencia; el Movimiento, su potencia en acción. Su vida fue acción consumada y consumación en amor: hoguera y holocausto, donación y oblación, ofrenda y sacrificio, destino y camino, entrega y abandono a un llamado, vivido como escenario del misterio humano. Su actuar fue un fuego sereno y lúcido. Un ardor sentido por el espíritu y entendido por la inteligencia, constante alumbramiento e iluminamiento: un dar y darse a luz para iluminar el dolor, modo del nacer. Combustión transformada en compasión, en pasión por otros o la pasión de Cristo en nosotros.
   “Tengo sed”, exclamó Jesús en su agonía del Gólgota. Dos mil años después, Agner la hizo carne y lema de su conversión religiosa. Esa sed de almas y por almas que clamaba el hijo del carpintero de Nazareth en su cima de llagas, resultó el fuego cristocéntrico y el madero emblemático donde Teresa quiso arder y entregar su alma, como sustancia de salvación.
   Teresa, La Madre, fue vaso, agua y sed. Y fuego, en todo. Así como Jesús se hace Cristo a través de los signos concretos de su profetismo mesiánico en la comunidad de su época, Teresa se revela Madre por la maternidad incesante de generar a Cristo en multitudes de semejantes y prójimos. Su santidad consistió en santificar el sufrimiento del Nazareno en el sufrimiento de sus criaturas.
   Singularmente conmovedor se interpreta su invención de un cuarto voto a la trilogía eclesial de pobreza, obediencia y castidad: el inédito voto de dar. Un dar que implica vaciarse - una kenosis total – de la codicia y usura mundanas a efectos de llenarse de la gracia y misericordia evangélicas. Dar para recuperar la vocación de ofrendar. Dar consciente de lo poco que hay para dar; y que, por lo mismo, no queda más opción que dar. Frente a la escasez de dar, queda la pobreza por dar. Teresa lo cifró con luminoso ascetismo: “Dar hasta que duela”, síntesis crucial.  
   Su abandono a la Divina Providencia signó la totalidad de su proyecto misional, logrando trascender los límites del abandono, la indiferencia y el desinterés, exponerse al riesgo de lo imprevisto y a la decisión de lo sobrenatural. Ante un interrogante afirmaba: “Soy un lápiz en la mano de Dios”. Teresa fue trozo y trazo, grafía y biografía, rastro y rostro de un Arquitecto Celeste que premeditó en una mujer, como hizo con Isabel, María y Magdalena, un imperio diminuto de pobreza recíproca y poderosa liberación.
   Traspuesto el umbral del Tercer Milenio aparece la paradoja inefable del Reino de Dios y un signo auspicioso de los tiempos finales, un adviento de la aurora escatológica. En La India, un país denso, tenso e  inmenso, abierto en gangrenas y cerrado en miseria, magro en víveres y rico en sabiduría, se manifestó una epifanía de inequívoca santidad: Mahatma Gandhi y La Madre Teresa. Quien quiera oír, que oiga.
   Evangelio viviente, transitó entre nosotros a la manera de una Verónica contemporánea que se detuvo ochenta y siete años en la historia humana para limpiar el rostro de Jesúscristo en legiones de miserables, famélicos y moribundos, donde brilla el secreto resplandor de la Luz sin Ocaso. Teresa, hoy Beata, también Madre nuestra, luchó por hacernos hijos suyos en otros hermanos sufrientes, los Anawim (pobres) de Dios,  acercados por su piadosa vastedad de amor planetario. Para Teresa, aquella humilde y enjuta monjita del convento de Loreto, todo prójimo era la religión más cercana.
                                                                              
                                                                                        Bosquín Ortega

Excelente Bosquín. Tu relato nos hace meditar en nuestra vida, en lo que damos, en lo que estamos dispuestos a dar y en todo lo que hizo la Santa. ¡Cuánta gente murió entre sus brazos! Gente que no tenía nada en la vida, solo los santos Brazos de Madre Teresa. Que ella se apiade de todos nosotros. AMÉN

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