sábado, 26 de marzo de 2016

MUSICA: Bosquin Ortega. UN GENIO SILVESTRE.

UN GENIO SILVESTRE
                                                                   
Un Moisés en escena. La barba y el pelo canos llueven sobre el rostro y los hombros. Vestido de negro, con pañuelo rojo, al cuello, y el mástil de la guitarra en su mano derecha. Sólo una silla, un atril y un vaso de agua, y el fondo de la cámara negra.     
El aplauso rasga el silencio que lo aguarda. Se detiene al centro, leve saludo con el  cuerpo, mirando hacia arriba y, luego, al centro de la sala. Invicto en su presencia, modesto y majestuoso, a la vez. ¡Pepe, te amamos!, cruza la saeta de un grito el auditorio. Varios responden, al unísono. Corales súbitos y semejantes sucederán durante las dos horas de la gala. Un imán bajo el cenital.
Preludiado por, casi, medio siglo de vigencia en el alma del pueblo, José Teodoro Larralde (22-10-1937), mantiene, leal y fiel, su mandato de pampeanía. Desde Huanguelén a la historia, el ecuador surero cruza su gen y su don, un paisano bonaerense, síntesis y equivalencia de un semejante del planeta. Su vida y obra son prédica y práctica de un destino asumido: ser un cantor del sur. Digo, un vate, en el sentido del que “vaticina” sobre la existencia desde su circunstancia.
Las biografías, varias, ofrecen un poliedro de facetas, de las que elijo el plano de su escritura. En rigor, José Larralde es un poeta y un escritor, que musicaliza, además, sus versos, a través de un melodizar y un armonizar que le son propios y suyos. Habitan, como un genoma sonoro, el verbo de su modo y la nota de su tono.
Larralde es un poeta de arte mayor, nacido y alumbrado en el romancero y en la tradición de la poética española que tributa la cultura iberoamericana, desde su origen de unidad cultural. Las gestas en coplas del mester de juglar, la cadencia abierta de Gonzalo de Berceo y la síntesis proverbial de Francisco de Quevedo y San Juan de La Cruz, de Miguel de Unamuno y Serafín J. García, inspiran la respiración primordial de su tesitura expresiva. Vertebra ese aliento ascético, sustantivo y meduloso, al mandato del canto “en cosas de fundamento” que hereda y encarna de la paternidad indiscutible de José Hernández, autor de la partida y el regreso del gaucho Martín Fierro, auténtica Comedia Pampeana de la cultura argentina. Su búsqueda encuentra, siguiendo la intuición del rabdomante de humedales que busca el agua mientras lee la tierra, en la epopeya transhumante de los payadores de asientos de fogones, repentistas conceptuales con la agudeza un relámpago sapiencial, cronistas de pulperías, “orejeros” de campaña, cronistas  de gleba y leva, que se acompañan con vihuelas de cuerda de tripa y clavija de palo. La síntesis de cosmovisiones sucesivas que une el océano, urde la conquista y unge el negro en un sincretismo de amalgamas proteicas que erigen la milonga, joya de crisol nativo-“melodía larga” y “madre”, según dos dialectos africanos-, ancestro directo del tango rioplatense. En cifra, su poiesis, entendida como un hacer, a la manera de un trabajo interactivo y disciplinado, es una milonga dilatada y extendida sin más límite que el horizonte de su inspiración.
El testimonio larraldiano lo representa Herencia para un hijo gaucho, saga por milonga, precisamente; una sentencia-río que desarrolla una ética a la intemperie de la existencia sobre el mandato a su linaje y su compromiso con la verdad de su tiempo.  
El discurso, cifrado en seis cuerdas y dos capítulos, constela virtudes centradas en la dignidad, como vivencia esencial. Intenso aliento por interpretar y construir un orbe-pampa, animado por una búsqueda religiosa, el esfuerzo por religar la unidad perdida con Dios, interlocutor entre la criatura y la naturaleza. La suma de su obra es un estilo forjado en metros cadenciosos -impecables endecasílabos-  que revela número y medida de un artista y un artesano dotado en su fuero íntimo. En suma, literatura musicalizada que trasciende el género folklórico.
José Larralde, vivencia un genio expresivo en estado silvestre, animado por los valores vitales del hombre argentino, su intuición visionaria de la pérdida paulatina de la identidad y del latrocinio de la extranjerización de la tierra soberana. El Pampa, agonista y resistente, en vigilia crítica de plena patria.    
La traslación pendiente a página impresa de su cancionero será un acto de justicia porque permitirá conocer y compartir la tarea larga, densa y bella de un alto poeta popular, con vuelo universal por la significación humanista de su causa de canto.                   

                                                                                                  Bosquín Ortega

En mis años mozos lo oí cantar. Era muy buen cantor Bosquín. Gracias.

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